¿Por qué vuelvo, por qué vengo
ante tu imagen desnuda
y es la emoción la que anuda
el silencio que sostengo?
¿Por qué todo lo que tengo
te lo dejo aquí rendido
y, en este otoño encendido,
siento, en fugaz contraluz,
que a la sombra de esa cruz
no hay cansancio ni hay olvido?
¿Por qué del tiempo al dictado
los apuntes de mi vida
y esa lección en la herida
entreabierta del costado?
¿Por qué sé que no es pecado
insistir en lo que amo
si es el recuerdo, al reclamo
de las tardes a tu lado,
por este suelo empedrado
quien llega a Ti, tramo a tramo?
¿Por qué –soledad rendida-
he querido yo esta tarde
la dulzura sin alarde
de tu muerte adormecida?
¿Por qué te pongo la vida
como un lirio aquí a tu planta
y, al sentir que es tanta y tanta
esta llama en lo profundo,
la primavera del mundo
se insinúa y agiganta?
Es, Señor, por todo y nada,
por noviembre y por ayer,
porque –ciego- vuelvo a ver
si contemplo esa mirada.
Es así. Sucede cada
ocasión que vengo a verte.
Es que quiero –sin que acierte
a explicarlo aunque quisiera-
que ese día que yo muera
me asista tu Buena Muerte.
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