Nunca paras. Nunca cejas.
La luz de la amanecida
te descubre con la vida
entre redes y madejas.
No tienen tus manos viejas
otro oficio ni otra espera.
El mar te llama hilandera.
Y tus dedos, con un hilo,
saben a sol y a sigilo
en la lonja mañanera.
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